Patricia Bustos Roa
Durante el día muchas veces sentimos alguna incomodidad, una molestia, tal vez un pequeño dolor. El cuerpo se nos hace presente luego de una larga jornada de trabajo, de unas horas en el cuidado del jardín de la casa, o después de acudir al gimnasio; claro, como es «sólo una molestia» simplemente nos acomodamos, con la mano apretamos un poquito el cuello o los hombros y nos vamos adaptando, o tal vez recurrimos a un analgésico que acalle ese dolor.
Pero el dolor es un recurso de nuestro sistema nervioso para avisarnos que algo anda mal, y si acallamos ese dolor con un analgésico estamos apagando las alarmas. El movimiento y ciertos hábitos motores suelen estar en el origen de muchos de nuestros dolores. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor definió el dolor como «una experiencia sensitiva y emocional desagradable, asociada a una lesión tisular real o potencial». Entonces el dolor es, como decíamos, el recurso que tiene nuestro sistema nervioso para ponernos sobre aviso respecto a un peligro potencial o real, se trata, por lo tanto, de un recurso de sobrevivencia.
El sistema nervioso tiene dos importantes funciones: sobrevivencia y aprendizaje; aprendemos para sobrevivir, modificamos nuestro entorno o conducta para lograr mejores resultados, y esto es precisamente lo que hacemos cuando modificamos nuestra manera de caminar, descargando el peso en la otra pierna porque nos duele un tobillo o rigidizando un hombro porque moverlo nos resulta doloroso. Queremos seguir con nuestras actividades y entonces, para no sentir dolor, compensamos llevando el peso de nuestro cuerpo hacia otra zona, este es un mecanismo adaptativo para no sentir dolor y poder seguir con nuestra vida, ocupados en los asuntos externos que demandan nuestra atención.
Pero… ¿realmente evitamos el dolor al compensar? La respuesta es no, definitivamente no, pues una compensación siempre conlleva un desequilibrio postural. En efecto, el esqueleto no es una estructura rígida, al contrario, es un sistema estructural dinámico flexible e interconectado donde la fascia y los músculos tienen la función de transmitir el movimiento. Al perderse el equilibrio postural, el movimiento deja de ser eficiente y entonces el sistema músculo esquelético comenzará a ejercer una función de sostén para no sucumbir a la fuerza de gravedad, entonces la fascia se rigidiza, engrosa y comienza a oprimir nervios, los músculos y tendones se acortan y se rigidizan comprimiendo las articulaciones. Pronto el dolor reaparecerá, en otro lugar.
¿Nos importa el equilibrio en situaciones de dolor? Definitivamente no, el equilibrio postural en estas condiciones se convierte en una especie de abstracción pues lo que nos importa en el momento es reducir el dolor, entonces la cojera, el cuello y los hombros rígidos, la pelvis con escasa movilidad, son mecanismos de compensación para seguir funcionando, en el mejor de los casos con menos dolor. Desde la física nos dice Moshe Feldenkrais : «La fuerza que no se convierte en movimiento no se limita a desaparecer, sino que se disipa en daños causados a las articulaciones, los músculos y otras partes del cuerpo».
El restablecimiento del equilibrio probablemente requiera un abordaje atendiendo a diferentes aspectos de la persona, sobre todo si asociado al dolor corporal existe algún tipo de dolor emocional. Sabemos que la mente influye en el cuerpo y el cuerpo influye sobre la mente. La propuesta desde el Método Feldenkrais ® es atender al soporte estructural del cuerpo (el esqueleto) mediante trabajo de autoconciencia, entonces el movimiento es el recurso con el que exploraremos nuestras posibilidades de movernos sin dolor, sin esfuerzo, con curiosidad para así dar elasticidad al sistema músculo esquelético y restablecer la función motora.
Liberar al tejido miofascial y recuperar la función del soporte esqueletal mediante Autoconciencia a Través de Movimiento (ATM® ), permite el libre juego de las articulaciones y obtener una relajación como consecuencia del equilibrio físico y también emocional. Darte cuenta de tus malos hábitos de movimiento, de tus tensiones y compulsiones es el resultado de moverte con la luz de la conciencia. Por lo tanto, la calidad del movimiento es el resultado de la búsqueda de nuevas opciones que te hacen sentir fluidez y bienestar, opciones que tal vez habías olvidado pero que, sin embargo, se encuentran entre las posibilidades de tu sistema nervioso. Esto es lo que conocemos como neuro plasticidad.
Ese chispazo de conciencia que con mayor frecuencia empieza a encenderse en tu vida, es el resultado de la sensación de liviandad que obtienes después de hacer una ATM® o de recibir una Integración Funcional (IF®).